John Renbourn

Uno se pone a escuchar a John Renbourn, sus intrincados arpegios, sus dibujos acústicos, y se ve de pronto al lado de un río, mirando a una doncella con corona de flores que suspira y malgasta su lozanía recordando a un caballero emplumado. Uno se pone a escuchar a John Renbourn, sus notas de los bosques y los castillos, y se encuentra esperando que se abran los cortinajes y entren el rey, su consejero áulico, sus pajes y sus bufones.

Porque, aunque John nació a tiempo para escuchar a los viejos bluesmen y devolverles el regalo fieramente electrificado, su temperamento le pidió cosas diferentes.

A él le entusiasmaba Big Bill Broonzy, pero también el barroco, las antiguas baladas inglesas y eso que llaman poesía, y se las arregló para encerrarlo todo sin daño en su guitarra. Mientras otros smashaban amplificadores y subían al escenario su mitad más rabiosa, el joven John se hacía amiguete de Bert Jansch para enlazar una acústica con otra y desgranar unas cuantas piezas más bien pacíficas. Cantaba bien, pero su carrera iba a centrarse en el instrumento porque con él podía aventajar al resto.

A los veintipocos tenía varios discos y una identidad. En Sir John liberó amores medievales cocinándose Earl of Salisbury y joyas parecidas, pero también con Pentangle, su temprano y triunfante grupo, dejó canciones de las que recompensan cualquier buceo discográfico; porque Lord Franklin la conoceréis.

Grabó mucho, Renbourn, entre blues, ragtime y vientos añejos. Juntándose con cantantes, con flautas, con violas o con nadie, se hizo una trayectoria respetada, un público fiel y una reputación de maestro de la guitarra folk que casa con su pinta poco sofisticada, de sudoroso artesano de las notas.

A veces está su hacha un paso atrás, pero casi siempre la encontramos bajo el foco, recorriendo discos como The hermit o The black balloon. Y es por esa forma de tocar, tan vertical, que solemos tener la sensación de haber oído texturas, más que melodías. Una orfebrería guitarrística tanto más bonita cuanto más solo está John; bien, si tiene ganas de cantar, y bien también si no las tiene y arranca con Luke’s little summer.

JR no se presentó a su último concierto porque le tocaba morirse. Así sin más. Pasó a leyenda y dejó su música como quien deja un sabor en un frasco: el aroma de unos tiempos que más que historia parecen sueño.

 john renbourn